Las imágenes de la Piedra del Indio (o del Buitre para el lugareño),
de los acantilados de la posa de los Piñeiro, distante a sólo 8 minutos del Campamento Base.
Crecí en la ciudad de Santiago, ruidos, smog, motores humeantes. Mucha gente. Por fortuna, para descansar podíamos visitar en vacaciones a los tíos de San Fernando. De ahí subíamos hacia la precordillera para desaparecer de lo cotidiano alrededor de cuatro o más semanas, alejados de todo, sólo con el contacto directo lo sublime de la naturaleza, el agua clara y eterna que fluye de la vertiente, para mí, la mejor agua del planeta.
Me estoy remontando a 33 años al pasado, cuando tan sólo me empinaba en los catorce y aún las ilusiones y el encanto de la vida nos hacía sentir que podíamos lograr todo y cada una de las iniciativas que nos propusiéramos.
Está claro, ahora viviendo este presente, 33 años en el futuro, muchos de las sueños y anhelos quedaron congelados en la memoria como tan sólo eso, si es que algo, un sentimiento, un aroma o el recuerdo de una imagen logra permitir su evocación.
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